¿La cuestión  es hacia dónde va el péndulo?
Aurelio Suárez Montoya, Bogotá, abril 27 de 2010
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El uribismo está en su peor momento. La caída del Referendo y de la  Emergencia Social en la Corte; el destape de las aberraciones policíacas del DAS;  los sobornos de la industria militar alemana sembrados en el Ministerio de  Defensa; las acusaciones de Mancuso contra Juan Manuel Santos por sedición; la  impunidad prevaleciente en los casos de “falsos positivos”; la malquerencia de los gobiernos vecinos contra el candidato de la U; la negativa de Estados  Unidos a aprobar el TLC; nuevos casos de parapolítica; el desempleo creciente;  son hechos relevantes que marcan la curva descendente del régimen. Las  cifras de los sondeos indican que la sumatoria de preferencias por candidatos  afines a la Casa de Nariño apenas supera el 50%, lejos del 85% de otrora.
La extrema derecha sabe que el péndulo -que allí llegó cuando Bush  decretara la “guerra al terrorismo”- empezó a retornar. Santos simula estar en esa  onda y para ello incluye “lo social”, contando con los pérfidos oficios de  Angelino Garzón. Vargas y Noemí, que pretendían quedarse con las barras uribistas actuando igual, o peor que su jefe, y creyendo que era suficiente con un huésped nuevo en la Casa de Nariño, agonizan en el intento.
La clase media, principalmente la urbana, hastiada de barbaridades apuesta a establecer “el orden, el respeto a la ley, la armonía social y poca  tolerancia con la corrupción” según Rudolph Hommes. Ese sentimiento espontáneo, que  se canalizó en un “ex alcalde más bien de derecha: tanto o más autoritario  que Uribe”, como dice Mauricio Vargas, ha tomado dimensiones de “marea”,  adoptando en cierta medida el claudicante consejo de Felipe González a Lucho  Garzón: como “otro mundo no es posible”, tratemos de “mejorar este que nos ha tocado  vivir”.
El Polo Democrático trasciende esa prédica mansa y propone modificaciones significativas, que superen la “ética formal”, y que, fundadas en la  plena soberanía y en la democracia auténtica, dirijan el péndulo hasta donde  los problemas de Colombia tengan arreglo en sus raíces, una diferencia  abismal con quienes critican su “radicalismo”.
Hay lecciones que enseñan lo que no deben hacer las fuerzas progresistas  cuando las satrapías decaen. Muy ilustrativa es la de Chile después de Pinochet,  donde los herederos de Allende –arguyendo el peligro de nuevas dictaduras- se  plegaron al arraigo del libre comercio y a las privatizaciones; al final, el poder  volvió a manos de un plutócrata, un giro de 360 grados. Es bueno recordar la  célebre frase: “El papel del republicano en América Latina es fortalecer la  derecha, el del demócrata es derechizar la izquierda”. Tanto el uno como el otro  patrullan porque los movimientos del péndulo no se salgan de control.